Más allá de la ciudad que nunca había sido vencida, Acastos-Puna, las tropas Tance asediaban día y noche los muros de Gron Stalmar, una vez derrotadas las divisiones Magenta de los Seres Diurnos, batidas en retirada al otro lado del mar de algas. Quedaban pocos arrestos ya para el combate en el valle de Acastos al Oeste de la ciudad invencible, a la que la Federación denominaba oficialmente Acastos-Puna y los locales en lengua Gron, a punto de morir bajo sus muros pronto derruidos al son de los tambores de guerra Tance, llamaban «Ur lim aqa-ash», la ciudad entre los mares, y los Seres Diurnos, a mitad de camino entre la superstición y la profecía, llamaban Kael Shiel, la ciudad protegida.

Contaba la leyenda, en aquellas civilizaciones del universo conocido que habían dominado antaño las Escuadras Siderales del general Paago, e incluso más allá, que la ciudad de Acastos-Puna, bajo la protección de las seis demiurgas del mar de Gron, no sólo nunca había sido vencida, sino que no podía ser vencida gracias a la protección de las semidiosas.

Pero nada de eso contaba ya. Nada de eso valía. No había servido la creencia en la magia, y Acastos-Puna, la ciudad invencible, Kael Shiel, la ciudad protegida por las seis demiurgas, caía ante las implacables tropas Tance a las que ni siquiera los Seres Diurnos que habían acudido, aliados, a defender la capital, podían hacer frente. Pocas veces se veía a Seres de Luz clamar clemencia por sus vidas, cuando los láseres Tance intersticiales desgarraban sus armaduras reforzadas con aegis, el metal noble de la división Magenta. Era el final, no había resistencia posible.

A dos clicks de distancia, sin embargo, la Demiurga Primera recobraba poco a poco la conciencia, comprendiéndolo todo en un instante, como sólo las diosas pueden hacerlo, despertada por los tambores de guerra Tance. Llamó a sus hermanas.

Las seis demiurgas habían amanecido y tenían hambre de guerra. Acastos-Puna, una vez más, sería salvada.