La ciudad devora vidas a diario, con un ruido constante entre los dientes,

boca abrupta de cierre intermitente.

Abre un útero de hierro y engranajes, engullendo marionetas penitentes,

abortando bruscamente en estaciones donde pocos yaquisieran ser nacientes.

Es la mantis lujuriosa y decadente, que regala anonimato y te mastica,

te camufla sigilosa y lentamente, bajo espeso alquitrán de negro tinte.

Lupanar de lo oscuro y los excesos, basurero de sueños inocentes,

donde hoy, entre el ruido y los neones, comprarán otro cuerpo impunemente.

Va este centro social a la deriva, con cartones y olor rancio permanente.

Camposanto abandonado entre locales, habitado de olvido entre la gente.

En la esquina esa mano diminuta se revuelve y se aferra con tibieza

a otra adulta que la mira, y la cobija, y avanzando se diluyen suavemente.

Es un gesto sutil, imperceptible, erigido victorioso entre los grises,

y entre miedos y esperanzas deslucidas va esa luz a dar color a la mañana.

Ese trago de amor nos hará libres si pudiéramos ser siendo nosotros,

si quisiéramos mirar siempre de frente.

Ese sueño tal vez vendrá a salvarnos, si entre todos soñamos nuevamente.

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