La exposición fotográfica atrajo a muchos curiosos aquel día. El tiempo inclemente, sin duda, también contribuyó a ello, pues no eran pocos los que se animaban a visitar la galería de arte para resguardarse de la lluvia. Uno de los trabajos más admirados fue «Desnudo de mujer». No había duda de que aquel joven artista prometía.
A las siete de la tarde se cerraron las puertas y se apagaron las luces.
Todo quedó en silencio.
—Ya estamos solos —susurró «El vigía».
—Odio los días de lluvia —poclamó «Día de playa».
—Mucho peor es un incendio, te lo aseguro —dijo «Paisaje sombrío».
—Uf, ahora volverá a contarnos cómo le rescataron in extremis esos bomberos macizos… —soltó «La niña del tirachinas», riendo por lo bajini.
—¡Chicos! —interrumpió «El vigía»—, nuestra compañera recién llegada pensará que somos una panda de tarados. ¡Bienvenida!
—Gracias —respondió con voz melosa «Desnudo de mujer», realmente encantada—. Vengo de otra exposición en la que todos eran unos estirados hijos de papá y me daban la espalda.
—Pues aquí tu espalda ha arrasado, guapa —comentó «Paisaje sombrío». Y añadió, no sin un poco de envidia—: Han suspirado con tus curvas y se han preguntado quién sería la modelo.
—Mi creador no lo ha confesado, pero a vosotros os lo diré. Soy la imagen inmortalizada de la única mujer que ha amado: su madre.
—¡La madre que lo parió!
—Si es que la juventud de hoy en día vive a costa de sus padres…