Las sombras de las láminas de la persiana son como latigazos del sol en mi piel. El día es luminoso y otoñal afuera. En el dormitorio está nublado. La persiana es celosía mora. De cara a la pared. Acariciando el gotelé. Pequeños pezones de deseo por la noche. Los rozo con los míos. Asperos. Sarpullido de ausencia durante el día. Busco su presencia por los rincones. Olisqueo. Acritud de fluidos. Pego el oído a la pared y escucho sus gemidos, incluso los míos. Tuyo, mío, nuestro. La luz exterior calienta mi piel por fuera y los recuerdos recientes por dentro. Preservativo lánguido en el suelo que exploro con el dedo gordo del pie. Sabor persistente de piel salada. O dulce. O picante. Enciende la luz. Luz, más luz con los ojos cerrados. Una noche. Otra noche. No voy a moverme de mi cuarto en toda el día. No me voy a vestir. No. Sí. De cara a la pared. Castigada con ausencia. Ven. Vuelve.