Las gotas de lluvia resbalaban sobre mi mejilla cuando desperté tumbado en el suelo. Tenía una venda en los ojos y las manos atadas a mi espalda. Las gotas llegaban amortiguadas, como un pulverizador aplicado sobre la cara. Sin embargo, la sonoridad de la lluvia, al chocar contra el suelo resultaba estridente. Supuse que rebotaban contra el alféizar de una ventana abierta hasta mojarme el rostro. A cierta distancia, varios tipos jugaban al dominó. Uno de ellos se acercó a mi lado. Noté el fuerte olor a ginebra cuando puso su boca cerca de mi oído.

—No me estás dando suerte en el juego, empresario. No me estás dando suerte.No contesté, y enseguida regresó con ellos. Un locutor radiofónico informaba sobre el estado del tráfico cuando de forma brusca la emisión se interrumpió. Por las quejas de los sujetos, comprendí que se había producido un corte eléctrico. Algunas botellas crepitaron lanzadas contra las paredes. Un cristal alcanzó uno de mis pómulos. Con esfuerzo, conseguí levantarme. Apoyé el vientre sobre el marco de la ventana, y me dejé caer. Sentí el impacto sobre el hombro derecho, pero el ruido de la tormenta, y las protestas por el corte de luz, amortiguaron el yo hiciese. Cuando apenas escuchaba sus voces, corrí de forma alocada pero no tardé en resbalar. Caí sobre una superficie grasienta, que desprendía olor a taller de coches. Escuché la voz de Juan, mi hermano. Se encontraba atado a una viga pero él si podía ver. Me indicó un banco de trabajo de donde colgaban una serie de sierras. Tomé una y se la entregué. Al desprenderme de los cordajes retiré la venda que cubría mis ojos, liberando a mi hermano. Agotados de correr, nos tumbamos boca arriba sobre hierba todavía húmeda. Había dejado de llover.

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