Desde otra vida, al borde del infierno:
En el fondo del hoyo, sin luz, sin aire.
Por fin rompió las ataduras, habiendo bebido la pócima del fiero instinto primal.
Trepo por las carcomidas escaleras con fría ira, el instinto del predador.
Bajo la fría luz de luna llena, de claridad de metal, los pinos se elevan majestuosos.
Un mundo manso, bajo la amorosa mirada de Dios.
Corre por entre los arboles, sus quietas ramas hieren su carne. No siente nada.
Con los ojos rojos inyectados en sangre, poseído por la antigua furia de Judas.
Devora las colinas, no se moja en los rios. Persigue un espectro que no existe, que no ve.
Los inocentes animales que no han conocido la bestial cólera infernal, sin objeto, ominosa, vacía… Se esconden a pastar plácidamente en prados sin ruido.
Escala la gran roca desnuda, antes del precipicio, antes del gran río. Los pasos ya pesados, sin fuerzas.
La roca arranca su carne desnuda. Con desesperada ansia.
En el borde del precipicio, antes de caer, por fin en los últimos jadeos.
Sin fuerza ya. Solo ve la luna:
“BABA!”. Antes de morir.