Dos horas antes solo pensaba en volver a casa lo más rápido posible, quitarme los zapatos, ponerme el pijama, tirarme en mi sofá y poner la televisión para ver cualquier programa que me atontase el cerebro y olvidarme de las preocupaciones de aquel agotador día de trabajo.
Dos horas antes mi mundo era simple, monótono, agotador por repetitivo. Llevaba una vida plana sin sobresaltos, sin pasión, ordenada, limpia.
Nunca me he quejado, es más lo he aceptado con un pose plagado de conformismo que a veces hasta a mí, me saca de quicio.
Dos horas antes no me preguntaba nada, no pensaba en nadie, no aspiraba a nada, mis sueños los guardé con la ropa de verano.
Dos horas antes de ver aquella foto en el periódico podría haber pasado el resto de mi vida engordando la lista de insatisfechos, vegetando, rumiando penas para alimentar mi mala conciencia. Pero me salvé, aquella imagen, aquella mano tendida hacia mi que me decía:
¡Llevántate!, ¡muévete!, mira como lloro .¿Es que no me ves?
Y el que lloraba era yo, sintiendo que alguien me necesitaba.
Aquello me salvó de la indiferencia.