El reloj marcaba las tres y el café se enfriaba sobre la mesa del comedor. El fino bolígrafo caro de tienda de regalo descansaba sobre un fino papel de lino, comprando especialmente para la ocasión. Fue casi un arrebato al verlo en la vitrina y se lo imaginó luego, lleno de frías y duras palabras que conseguía todas las noches de insomnio, tanto que les daba vuelta con la lengua sin decidirse nunca a pronunciarlas.

Nadie jamás la leería. Darse cuenta de este hecho incuestionable le hizo tragar el sabor a hiel. Dejó el bolígrafo hermoso sobre el papel hermoso, virgen, inmaculado. El bolígrafo desenfundado, listo; pero incapaz.

Veía su reflejo en el lustro de los zapatos de cuero que se balanceaban torpemente sobre la silla de mimbre. Había hecho y rehecho el nudo cientos de veces como remedio contra el insomnio, pero ahora el nudo era casi perfecto.

Sólo un golpecito.

Será breve.

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