Y aquí estás, como cada jueves, atendiendo al ingeniero como si fuera la persona más inteligente del mundo. Eso les encanta. Asientes constantemente y, de vez en cuando, le miras a los ojos haciéndote el asombrado, como diciendo: «Increíble, cuánto sabes». Entonces te fijas en su aspecto. Flamante traje gris. Casco de color blanco, que le hace parecer un hombre de obra. Pero, por cómo brilla el negro de sus zapatos, sabes que no es así. El tipo no para de hablar. Respecto a lo que atañe a este edificio, él posee la verdad absoluta. Tú aparentas escuchar. ¿Cuántos teóricos de la construcción habrás tenido que soportar ya? Son solo apariencia; nada más que teoría. Él calcula. Bueno, en realidad ya ni siquiera eso, ya que hay programas informáticos que lo hacen por él. Él diseña. Pues tampoco. Eso lo hace el arquitecto, que jamás pone un pie en la obra. Entonces, ¿para qué cojones está aquí este tío? Pues para tocarte los cojones a ti. Para eso está. Sin duda él creerá que es una pieza indispensable de este proyecto. Pobre iluso. Solo está aquí para dar esa imagen de marca, esa pizca de intelectualidad que brilla entre tanta mugre. Su sola presencia hace que una chapuza parezca una obra de arte. Pero la verdad es que, esté él o no, la obra sigue siendo lo que es. Su presencia no cambia nada. Bueno sí: que en lugar de estar tú haciendo algo de provecho, estás aquí, asintiendo como un idiota. ¡Vaya forma de malgastar el poco tiempo que tienes! Es igual, lo tienes asumido: parte de tu trabajo consiste en hacer que este hombre se vaya tranquilo a casa. Así que le muestras lo que quiere ver, y le dices: «Todo se hará como tú dices. Se nota que tienes experiencia. Te lo digo yo que he tratado con muchos ingenieros y casi ninguno sabe de lo que habla. Pero no es tu caso; se nota que sabes. Y mucho. Te agradezco tu ayuda. Sin ella todo sería mucho más difícil». Le estrechas la mano y sonríes mientras le das una palmada en el hombro. Acto seguido te giras sobre tus pies y, una vez que le das la espalda, entornas los ojos, suspiras, y te dispones a enfrentarte a la práctica, donde no hay lugar para tanta teoría, ni para tanta tontería.