En la celda de su pensamiento, el tiempo se condensaba hasta que los días parecían meses, los sonidos salían de si mismos, ya no sabía si alguien le hablaba fuerte o despacio, si le hablaba y ni siquiera …si había alguien.

No apreciaba si las distancias eran eras o absolutas cercanías y no sabía si sus cadenas medio abiertas eran puentes anteriores al estado de estrella.

La violencia de los guardias, excitados por la consciencia de su poder, enloquecidos por la liberación de sus instintos más primarios, le recordaba la existencia infinita de pájaros que nacen con el cielo dentro. A veces pensaba que la represión no era más que la de sus propios e involuntarios sueños…

Había abandonado a su último amante como un acto supremo de sublevación de su dolor. El, (uno de los guardias, quizás), percibía el acto del amor como una irreversible furia de detener todos los mundos, guitarras y lluvias a la vez. Lo olvidó, en un intento simple de alcanzar el absoluto y por el miedo inconmensurable de tenerlo lo suficiente y profundamente para convertirlo en materia y unir el nacimiento a la perdida.

Afuera ladraban los mismos perros de siempre, hechos de deseos y noches; otros cantaros de luz y de lunas, esperaban, llenos de vacíos, tiempos y eternos retornos……

A lo lejos, alguien encendía hogueras de flores que se convertían en mariposas.

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