Ya se marcha. Acaricia la persiana tras subirla un poco y me mira de reojo, sin darse la vuelta. Nunca dejará que vea sus cicatrices con claridad, pero siempre están presentes entre nosotros, odio la oscuridad que solo me obliga a sentirla cuando nos apretamos tratando de fundirnos el uno en el otro. Lo que daría por ver como su rostro se contorsiona de placer en el preciso momento en que se olvida de todo.

Mientras se aleja mi mente juega con las sombras dibujadas en su espalda. Tal vez ese sea mi sino, gozar de su desnudez en sombras. Abre la puerta y se detiene, me mira de nuevo y sus ojos se iluminan decididos, girando su cuerpo se acerca a mí mientras mis ojos beben con avidez el otro lado del mapa recién descubierto. Recorro con fascinado enojo los surcos que los demonios del pasado han horadado su piel, bajo sus senos, camuflados ahora entre las sombras.

Mis ojos tropiezan con los suyos y me sonrojo, me ha dejado explorar lo que más teme. Pero no le importa, se inclina y me mira largamente. Sus labios forman palabras de amor y se posan inmediatamente sobre los míos.

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