Tenía que parecerse a mí. En teoría esa era la idea del proyecto, pero cuando comencé a modelar aquel trozo de barro, la escultura no me quedó como yo quería. Igual me había precipitado un poco al ofrecerme voluntario. Procuré compensarlo aplicándole todo el gran amor que soy capaz de profesar por el arte. Cuando llevaba unas horas trabajando, decidí levantar una de sus manos, de modo que quedara más natural. Luego me alejé unos pasos y me di cuenta de que no estaba completamente satisfecho con el resultado. Lo mejor sería empezar de nuevo, así que le arranqué un trozo de arcilla del torso y me puse manos a la obra. Cuando ya tenía más o menos configurada la forma de la segunda escultura (que era curvilínea y divertida), un ruido me llamó la atención. Entonces caí en la cuenta, ¡le había aplicado el elixir de la Vida a la primera antes de terminarla! Me giré y allí estaba mi Adán, con la mano levantada y el rostro aún sin acabar de perfeccionar, mirando hacia mi segunda escultura y diciendo:

– ¡Eva, Eva…!

Decididamente, es la última vez que me presento voluntario para un proyecto de tal envergadura. ¡Con lo bien que se está disfrutando de la Nada, flotando en la inmensidad del Espacio!

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