Estaba disfrutando de mi séptimo sueño cuando mi hermano Paco me llamó a las 7 de la mañana. Perezosamente me restregué los ojos, arrastré las legañas matutinas y traté de enfocar la vista para ver en la pantalla del móvil que se trataba de él. –“¿Pero qué horas son estas de llamar?- le grité. Sin embargo, su tono de voz me dejó preocupado – “Tienes que hacerte pasar por mi en la Obra” – dijo sin darme tiempo a reaccionar –“Hoy viene el inspector de riesgos laborales y estoy con neumonía en casa, el médico me ha dicho que ni se me ocurra levantarme. Pero si no estoy allí, me despedirán, y después de tres años en el paro, sabes que no puedo permitírmelo-.
Yo también estaba desempleado y entendía los problemas por los que había pasado Paco. No tuvo que rogarme mucho, me duché y me acerqué a su casa para que me diera las instrucciones precisas que me permitieran hacerme pasar por él, pues el disfraz lo tenía desde el mismo instante en que nacimos, con dos minutos de diferencia.
Con un nudo en la garganta me presenté ante el señor Inspector, que tomó los planos y me preguntó en qué zona queríamos ubicar las nuevas casetas de obra donde los operarios descansaban. Viéndome dudar, me compelió con bastante mal genio a que le contestara, y le señalé un hueco que había al otro lado del edificio de obra.
¿Ahí?¿Está seguro?-
Por supuesto señor, no hay lugar mejor, ¿no cree? – Titubeé.
Me miró con cara de pocos amigos, apuntó unas cuantas palabras en el acta de inspección y me volvió a mirar:
Muy bien señor Gómez, ubiquemos a los operarios a comer en el antiguo cauce del río, a ver si hay suerte, se desborda y de paso se pueden dar un bañito.