Dos años, tres meses, diez días. No puedo evitar contar cada hora, cada día, cada minuto que me separa de ese momento. Soy consciente de que volver la vista atrás no va a cambiar nada, no va a devolverme lo que he perdido ni me va a limpiar a los ojos de la sociedad. Tal vez debería escuchar a los médicos, terminar de creer que no sucedió… pero no puedo.

 

Delante del ventanal contemplo los árboles del parque de enfrente, con niños jugando, padres charlando tranquilamente. El día es soleado y la temperatura agradable. Ninguna de esas personas siente el frío que recorre mi interior mientras contemplo como los árboles tiemblan y el graznido de las urracas eleva los pelos de mi nuca. Casi podría decir que no hay nadie más allí aparte de esas familias, y yo sé que no es así.

 

La luz de la habitación parpadea ligeramente. Los auxiliares dicen que es un problema de la red, y yo sé que solo sucede cuando me acerco a mirar por la ventana. Cierro ligeramente los ojos y una oleada de dolor físico me recorre desde los pies. Ya sé que están ahí otra vez, acechando a esas inocentes personas, y que pueden oler mi miedo también.

 

Quiero gritar, gritar hasta quedar sin voz, pedirles que huyan de allí, que no se queden. Pero la última vez todo el mundo se asustó, y yo pagué cara mi osadía.

 

Las noticias de la televisión a mi espalda hablan de esa nueva misteriosa desaparición. Nadie tiene pistas. Tan solo mencionan un bosque…

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