Dafer Iluminación. C/ Hilarión Eslava, se paró delante de la tienda, observando las luces, bombillas preciosas, antiguas, modernas, iluminadas todas, irradiando esa calidez que percibía. Permaneció parado unos minutos, absorto, con su imagen reflejándose sobre el  fondo del cristal, guapo, alto, formal, seguro.

Un hombre gordo y con prisas le sacó de su ensimismamiento, al empujarle con su mole blanda y sudorosa, no se volvió, ni siquiera le oyó mascullar un usted disculpe, siguió caminando, ondulando sus carnes por la acera, sin más. Ese pequeño gesto le devolvió a la cruda realidad: Vivimos en un país mal educado, envidioso, hipócrita y un poquito depravado de más. Profundamente indignado se da la vuelta y sigue caminando. Un par de tetas zumbonas tras una camiseta blanca le distraen de repente. La chica ni lo mira, sigue hablando por el móvil, sus labios rojos sonríen al interlocutor, que no a el.  Ya ha llegado a Ferraz, ha doblado la esquina, hace semanas que desapareció el alboroto, ni rastro de esa nube de periodistas que tiempo atrás le andaba envolviendo, como una cohorte de moscas modorras.

Silbando se dirige a la sede del partido, el bedel al verle se caga en todos sus muertos, eso si para adentro, sin exteriorizar, que bien que ha aprendido a callar todos estos años, si no anda que iba a seguir ahí.

–              “Señor Sánchez, pero otra vez aquí? Ya sabe usted que no puede entrar, no me lo haga difícil D. Pedro, la señora Díaz tiene malas pulgas y no quiero ni imaginar si lo ve por aquí otra vez. Ande, vuélvase usted a casa, tómese la medicación, cuídese D. Pedro”.

Lo empuja suavemente fuera del edificio. Para el ya no hay luces ni escaparate, solo es un vago recuerdo apagándose.

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