El dolor en el estómago que sufría Demócrates era cada vez más fuerte, más intenso, y hasta ese día nunca pensó que pudieran causarlo todos los ninguneos a los que en su día a día se sentía sometido por su madre, sus hijos, su esposa, su jefe… Que si Demo necesito esto, que si papá cómpranos eso o aquello, que si hijo llévame al hospital, que si las ventas en la empresa no prosperaban por su mala gestión… Menudo asco de vida!.
Después de un día de perros cayó profundamente dormido. En su sueño, un gran búfalo iluminado por un intenso halo de luz trotaba plácidamente junto a dos bellas damas.
Inquieto y eufórico, despertó con la sensación tan desconocida para él de querer comerse el mundo.
Cual búfalo hambriento desayunó copiosamente y al despedirse, le dijo a su mujer: “Cuenta desde ahora con un plato menos en la mesa, cariño. Me voy en busca de Rosi, la camarera de abajo, ahora preñada del butanero, a la cual desde hace tiempo deseo e intuyo que ella siente lo mismo. No me llames ni me busques, pues la caravana donde viviremos no tiene correo postal, que yo sepa. Estaremos demasiado ocupados, criando al nuevo retoño y a todos los que Dios nos dé. Sé que los niños echarán de menos un recuerdo mío, así que te dejo esta tarjeta de crédito, sin fondos por cierto…
Y cual búfalo enérgico y decidido, se marchó con paso firme, dando tras sí un fuerte portazo.