-Me tenía harta. Se pasaba el día en la selva con sus amigotes. Que si un día con el oso, otro con la pantera, al siguiente con el orangután…

-¿En serio, tía? ¿Y cómo no me habías dicho nada?

-Porque no quería preocuparte.

-Pero si se lo veía tan enamorado…

-Pues, sí. Ya ves. Al principio, me tenía en un altar. Se le caía la baba conmigo. Estaba todo el día en la aldea. O en la parcela, ayudando a mi padre. Y en cuanto podía, se escapaba para venir a buscarme. Pero, ¡si hasta me acompañaba al río a buscar agua y me llevaba la vasija para que no me cansara!

-Qué bonito, tía. ¿Y qué fue lo que pasó?

-Nada. Que empezó a volverse muy rebelde y muy desobediente. Ya tenía que pedirle yo que hiciera esto o aquello. Ya no se anticipaba a mis deseos, como antes. Incluso, me llegó a discutir una vez los criterios de orden y limpieza en la cabaña. ¿Te lo puedes creer? Entonces yo, claro, empecé a ponerme de morros… y él a irse a la selva y a volver a las tantas…

-Qué pena, tía. No sabes cómo lo siento. Lo estarás pasando fatal…

-Al principio, sí. No te lo niego. Pero ahora…

-¿Ahora…? ¡Ah!

-¡Choca esos cinco!

-¡Tía, pero, tía! ¿Qué me estás contando?

-Cómo lo oyes.

-¡Pero, cuenta, cuenta! ¿Cómo es? ¿Cómo te trata?

-Es un tiarrónmusculoso que lleva todo el cuerpo tatuado a rayas.

-¿Y se llama?

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