Durante un tiempo intenté hablar conmigo pero no me escuchaba, algo fallaba. No estaba bien, la vida me superaba.
Decidí marcharme a la playa con un libro, me disponía a leer… levanté los ojos para mirar el mar, estaba muy bravo, me encantaba verlo.
Me puse a pensar en lo que me pasaba, pero de nuevo mi cabeza se negaba a contestarme.
De pronto, escuché, entre el rugir de las olas, que alguien me inquiría:
– ¿Qué te pasa?
Miré, no vi a nadie, me quede observando incrédula, paralizada y decidí contar mi problema a voces, pensando que era yo misma, la que me preguntaba.
– ¿Qué necesitas? – Me volvió a preguntar.
Necesito protección, libertad emocional, tener al miedo como aliado, no como enemigo, dejar de buscar la inmediatez, dejar de vivir esperando la aprobación de los demás, necesito sacar de mi cabeza el yunque de responsabilidad que me pesa tanto….
– Acércate – me dijo – adéntrate en el agua.
– No – respondí asustada -, tengo frío, y además no sé nadar muy bien.
– No te preOcupes, simplemente aproxímate.
Totalmente confiada me adentré, con precaución, pero sin miedo.
Permití que una fuerte ola rompiese en mi frente y demoliese el yunque que me oprimía.
Dejé que el agua fría golpease mi corazón y me ayudase a liberarme de emociones insanas.
Al espacio tan grande que me observaba, no le consentí que me reprobase.
De pronto sentí un protector abrazo frío y cálido a la vez.
Repentinamente me vi tumbada, cubierta de arena, con la ropa seca, el libro abierto por el primer capítulo en el cual ponía con letras mayúsculas: SOSIEGO.
Entonces sonriendo pensé: Me he quedado dormida, sin embargo, sentí mi pelo mojado.
Aun siendo noche otoñal cerrada, el mar agitado brillaba con un color impreciso.
Con soltura, pregunté:
– ¿Puedo volver?
– Te espero -, me respondió.