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Era un adolescente y mi vida se abría a cosas nuevas: llamativas y emocionantes, de hecho la vida era eso conocer gente y por supuesto tener nuevas y variadas experiencias.

Ayudaba el hecho de estar a miles de kilómetros de casa, rodeado de personas desconocidas, y lo más importante yo era desconocido para ellas, resultó que podía ser tan encantador como quisiera, sólo dependía de mí, lejos de peleas y malas caras, incluyendo las mías propias.

Descubrí un nuevo mundo exterior y otro interior, mi auténtico yo, una parte de mí que sólo necesitaba abono y lluvia correctos.

La recuerdo vivamente. Una mujer atractiva, no una belleza, pero sí una personalidad magnética. Una noche me dijo: Querido por favor, siéntate a mi lado. En aquellas cenas, descubrí que podía ser ¡ameno!, me preguntaban mi opinión y lo más sorprendente me escuchaban, a pesar de mi primario inglés.

Me fui de su casa tras varios meses, y jamás volví. Si bien nunca la olvidé.

Unos días antes de mi partida me contó su historia, era de origen alemán y estaba casada con un general (Friedrich Fromm) que se opuso a Hitler, él fue ejecutado y ella  y sus dos hijos encarcelados. Al cabo de un año los excarcelaron y fueron capaces de llegar a Inglaterra como refugiados. Al poco tiempo conoció al Sr. Farrar que les acogió a pesar de su fuerte acento alemán. Acabaron enamorándose y casándose.

Frida, tenía un fuerte carácter y eso me fascinaba era honesta, transparente,  y divertida, me di cuenta muchos años después, cómo inútilmente, buscaba sus rasgos en las mujeres que conocía.

Aquel verano me descubrí a mí mismo, descubrí la política y el amor, desde entonces me propuse tenerlos siempre presentes en mi vida.

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