Las hermanas Aoan y Liss estaban arruinadas. Lo habían perdido todo por una simple equivocación.Tuvieron la oportunidad y los medios para salir adelante y los desperdiciaron.

Su padre, como herencia, les había dejado un buey, de buena raza, para que le criasen como es debido y pudieran vender la carne tierna y jugosa. Sacarían un buen precio, les dijo, y con el dinero sería suficiente para poner un negocio (de venta de collares hechos con bambú, era su ilusión).Sólo tenían que cuidar del buey como su padre les había explicado antes de morir. Se lo dejó todo apuntado en una lista. La siguieron al pie de la letra. Aoan le bañaba al despertar con agua tibia. Acariciaba su piel con una esponja natural que ella misma había cogido de entre las rocas de la playa. Le susurraba al oído canciones infantilesy tocaba el arpa con la delicadeza de los ángeles hasta que se quedaba calmado. Liss era la encargada de pasearle tres horas diarias por los caminos más preciosos de la comarca. Seguía exactamente el recorrido que le había marcado su padre. También le daba masajes y bailaba la danza regional delante suya para entretenerlo.

Pero aún con todos estos cuidados el buey enfermó y acabó muriendo.

Aoan y Liss no eran capaces de entenderlo. ¿Se habría equivocado su padre en la lista? Le habían tratado a cuerpo de rey. No tardaron en darse cuenta en que habían fallado, al verle muerto en el suelo, con los huesos marcados de lo flaco que estaba. Fue entonces cuando lo entendieron, y enseguidase preguntaron, al unísono, quien era la encargada de darle de comer.

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