
Recuerdo a aquella joven de frente despejada y el mundo en bandolera que caminaba entre el trasiego de la calle. Si se daba prisa y hacía las cosas bien podía llegar a ser una gran actriz, como Ingrid Bergman, Audrey Hepburn o Silvana Mangano. Pero se tuvo que interponer en su camino aquel enano calvo que la condujo por otros derroteros. Era bajito, pero con mucha labia; italiana, para más señas. Y enamoró a la joven Nieves e hizo de ella una estrella del ‘spaghetti western’ y de las películas eróticas de bajo presupuesto: Orgasmo negro, Emannuelle y Lolita, El fascista, Doña Pura y el follón de la escultura; y otras doscientas por el estilo. Porque, eso sí, el enano fue muy prolífico. Y fue también la muerte artística para Nieves Navarro (también conocida como Susan Scott), que ahora ya es una anciana.
Se suele representar a La Parca como un esqueleto con una guadaña. Por eso Nieves no supo que también podía encarnarse en un enano calvo y sin rostro que le impediría alcanzar su futuro, a su yo del futuro, para al menos darle un abrazo de consuelo o ayudarle a llevar la bolsa de la compra.