
Primera semana
Nada hay más asombrado que la mirada de los muy mayores.
Segunda semana:
La foto podía ser de Viven Maier, pero no, es mía: ‘Pabellón B Residencia Prados Soleados Wellness Resort, camino de la fiesta”. Es parte de mi cometido como trabajadora humana programar actividades de animación y subirlas a ubicuoweb. Allí sus familias pueden ver los deseables cuidados que se les prodigan.
Tercera semana:
Su revisión de cadera ha ido bien. Qué simpático es el Doctor Mata. El fémur se lo van a reimprimir. Rutina.
Cuarta semana:
Videocharla policial “Identidad digital y cuarta edad”.
Un agente, por privado, me dice que las viejecitas adorables, inimputables, engañan mucho. Así de pardilla me debe ver.
Quinta semana:
Aprendo. En esa silla autónoma, que ora se camufla en el ecosistema de alegría de diseño, ora se mimetiza con las pantallas hipnóticas de las paredes, viaja de incognito un icono fiero, de antes de que la postmodernidad fuera líquida, cuando era sólo bebible, on the rocks ,e incluso fumable.
Y ella sabe que yo lo sé, porque las arrugas que son los hilos con los que trata de embridar su media sonrisa se le tensan cuando me mira.
Pero ¡ay! se delata: sentada con las piernas demasiado abiertas, sus uñas de negro ala de cuervo y su pertinaz querencia hacia el morado, que no es alivio de luto por la muerte de Bailando, su lindo gatito, si no una reminiscencia gamberra de cuando fue una musa cuasiártica en cuero ajustado de la Movida.
-“Doña Olvido, que se ha transpuesto, tómese la bioactivación’’ y por lo bajines intentando esquivar las cámaras: ”Le pongo un poco de soda y vermut”.
Tararea:”… Tengo el cuerpo muy mal, pero una gran vida social…”
Me costará la renovación ¡A quién le importa! El tinte naranja lo encuentro un pelín atrevido, pero su cardado me parecía absolutamente necesario.