Paco era buena persona. Como hombre, era excesivamente tímido e introvertido, así que jamás había estado con mujer alguna. Miraba a su alrededor y no comprendía la actitud de los demás, pues, si él tuviese pareja, sería incapaz de hacerla ningún daño.

Un día, una mujer bellísima se acercó a Paco y le abordó sin contemplaciones. Él no pronunció palabra, solo pudo dejarse llevar por la firme mano femenina. Cuando quiso darse cuenta, se encontraba entre las cálidas sábanas de un lecho recién estrenado.

—Tú eres diferente —le dijo la mujer—. Tú nunca me pondrías los cuernos.

—Jamás haría eso —contestó Paco.

—El karma sostiene que, si me pones los cuernos, semejante ofensa te será devuelta.

Al día siguiente le abordó otra mujer, más bella aún que la anterior. Y, tal y como había sucedido anteriormente, se vio a solas con ella.

—No puedo —consiguió decir.

—¿Por qué? —sollozó ella—. ¡Es porque soy fea!

—¿Cómo vas a ser fea? Todo lo contrario, eres una preciosidad…

—¡Oh! ¡Nunca me habían dicho algo tan bonito!

Paco fue incapaz de rechazarla una segunda vez. Entonces, en mitad del acto amoroso, la primera mujer irrumpió en la habitación, señalando a Paco con dedo acusador. Después empezó a murmurar en un extraño idioma. De improviso, la segunda, se apartó de Paco y se colocó junto a la otra, acompañándola en la pronunciación del conjuro.

Paco sintió cómo nacían unas protuberancias de sus sienes que crecían y crecían.

Todo su cuerpo se retorció de dentro a fuera, mutando en algo diferente. La transformación concluyó al pronunciar las mujeres una última palabra. Una diabólica sonrisa se dibujó en sus caras. En la habitación reinó el silencio y Paco, ya convertido en un bovino descomunal, lo rompió con un penoso lamento que sonó como un mugido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *