1. El Escritor se estruja los sesos frente la pantalla del ordenador. Entonces, como surgida de la nada, o usurpada de algún sitio, una idea desencadena una sucesión de gestos en su rostro: primero sorpresa, luego excitación, y, finalmente, ansias por escribir. Empieza a teclear compulsivamente. Al terminar, se queda mirando la palabra “FIN”.
Aparecen las letras de crédito y se encienden las luces del cine. Más tarde, en el restaurante, la pareja debate sobre la película. Después se despiden y cada uno se marcha por su lado.
2. La Lectora levanta los ojos del libro y piensa: «¿Cuándo se liarán estos dos? Está claro que se han robado el corazón el uno al otro. ¡Cómo le gusta el suspense a esta escritora! Me tiene enganchadísima».
3. El Fotógrafo toma una instantánea desde la distancia. Se trata de ella. Viene aquí cada mañana, a disfrutar de un buen libro. Hace tiempo se convirtió en su musa y, desde entonces, no ha dejado de sacarle fotos. Y es que, para él, inmortalizarla a través de una imagen es lo más parecido que existe a poseer su alma.
4. El Ladrón, aprovechando que un primo está atontado mirando a una rubia, manga una cámara. Se aleja tranquilamente. Para cuando escucha los lamentos, ya está lejos. Al llegar a casa decide investigar qué hay en la tarjeta de memoria. Y, al ver una de las fotos, se le ocurre usarla en el taller de escritura que organiza.
5. El Escritor mira su móvil y ve que tiene un correo del Club Ciervo Blanco. Han colgado una nueva foto, así que tiene que pensar en algo que escribir sobre ella. Se trata de una mujer rubia sentada en la playa y leyendo un libro.
El Escritor se estruja los sesos frente la pantalla del ordenador. Entonces, como surgida de la nada, o usurpada de algún sitio, una idea desencadena una sucesión de gestos en su rostro: primero sorpresa, luego excitación, y, finalmente, ansias por escribir. Empieza a teclear compulsivamente. Al terminar, se queda mirando la palabra “FIN”.