Nunca encontraría la paz. Tensa, corriendo de un lado para otro en las calles y en su cabeza, constantemente alterada, nerviosa. Sólo quería la paz, estar en calma. Había probado mil y una formas de relajación, pero no había forma: la Paz se le escapaba.

 

Sentada en la playa su cabeza volaba de una idea a otra preocupada, y apenas podía concentrarse en la lectura. Se quedó dormida y soñó con una sinagoga en el barrio judío de Cracovia. En su sueño, un rabino llamado Isaac impartía las liturgias, y allí ella encontraba la Paz. Una paz incomparable. El sentimiento de sosiego se desvaneció tan rápido despertaba. “Ojalá fueran reales”, pensó, “la sinagoga y la quietud”, y lo olvidó enseguida. Mas aquella noche volvió a soñar con el templo y con el rabino. Y las noches siguientes, el mismo sueño.

 

Una búsqueda en Google le informó que, efectivamente, existía un barrio judío en Cracovia. La web de Ryanair le ofreció vuelos disponibles. Compró un billete. Las calles de la ciudad polaca eran como las imaginaba. Allí descubrió una sinagoga parecida a la de su sueño. Durante días exploró la zona buscando la Paz prometida, sin éxito. Su sueño le había engañado, allí no encontraría quietud.

 

Rondar la sinagoga llamó la atención del rabino, que una mañana se acercó y le preguntó quién era. Ella le explicó que había soñado con aquella sinagoga, ante lo que el rabino no pudo menos que reír. Era un hombre práctico, no gustaba de quimeras. “¿Un sueño?”, le dijo, “¡Qué necedad, los sueños no significan nada! Yo mismo soñé, el otro día, con una playa en un pueblo costero del sur de España, y con la lectura allí de un libro, donde la quietud y la calma me embargaban”.

 

Hizo las maletas una hora después. De vuelta en Cádiz, se acercó de nuevo a la playa. Se sentó en la arena. Sí, había encontrado la calma. Aquella quietud, en aquella playa. Esto era paz.

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