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Debí hacerlo antes, pero ya sabes cómo soy, creo que nadie me conoce mejor que tú, ni siquiera yo mismo y debería ser recíproco, pero evidentemente no es así. Mi deber era leer el miedo en tu mirada, percibir la inseguridad en tus silencios, en la curva inversa de tu sonrisa de cartón, cuidar de ti, como antes, como siempre, aunque fuera mentira, como la mitad de las cosas en mi mundo de ilusión. Seguírtela colando, con mi pseudo fortaleza. Y sin dudarlo habrías recurrido a mi. Yo le habría cortado las manos, antes de atreverse a ponértelas encima. Pero te fallé.

No sé en qué momento me convertí en el inepto patético que soy, pero la culpa es de la puta magia.

¿Recuerdas cuando éramos pequeños y fuimos de vacaciones a Bilbao? Por las tardes, papá y mamá se quedaban con los tíos tomando algo en una terraza, mientras tú y yo correteábamos a las palomas. Entonces lo vimos, ahí sentado, en medio de la plaza, con un balón sobre la cabeza y sonriendo como si fuera lo más normal del mundo. La gente pasaba a su lado, las palomas revoloteaban y él como si nada. No perdía el equilibrio. Y yo me quede estupefacto. Magia real, en estado puro. A partir de ese momento tuve la certeza de que todo era posible con solo desearlo con todas tus fuerzas. Y ya ves tú a lo que me ha llevado esa estúpida certeza a lo largo de mi vida.

Ahora ya puedo desear todo lo que quiera con todas mis fuerzas, que no puedo volver el tiempo atrás, evitar lo que te pasó, hacer que despiertes. Y ya puestos, evitar el sonido del goteo del suero que me está desquiciando mientras mendigo tu perdón.

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