
Un recuerdo de la infancia cambió su color agrisado y recobró de nuevo sus viejos matices cuando volví a pisar una vieja plaza de la ciudad de Bilbao, cuyo nombre no quiero recordar.
Era mucho más joven, delgado y guapo: la gente sonreía a mis muecas, su rostro se enternecía al mirarme o incluso al verme jugar al lado de una guardería.
El mundo se encontraba en mis pupilas y su magia, sumergida por un océano de fantasía, era la vida.
Siempre añoro aquellos años, cuando respirar me hacía sentir libre; cuando con mi buen hacer sabía embaucar, con los trucos que te enseña la calle, el interés de las almas puras y nobles; cuando jugaba y divertía a mi familia (soy hermano vuestro, hermano del mundo); cuando detenía un balón en mi cabeza y vuestro mundo detenido me observaba; cuando aquel 24 de julio 1980 una explosión lo borró todo.