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Madre mía de mi alma. Ay hija no me lo puedo creer. Si es que en persona es aún mejor que en la televisión.

Y yo todos los días que enciendo la tele para ver si aparece. Cómo me alegra el día cuando sucede, y ahora así, como de la nada está ante mí.

Ay, ay, ay. Qué pensaría mi pobre Anselmo si supiera. Todos los años que estuvimos juntos y él nada, que no sabía nada. Y no se imaginaba no, qué iba a saber él, si es que solo estaba a lo mismo siempre: fútbol, fútbol fútbol. Y a mí ya me gustaba cuando aún vivía Anselmo. No tanto como ahora no, pero me gustaba.

Aunque bueno, yo entonces… bueno yo entonces no sé en qué pensaba. Si es que ya me decía mi hija: mamá, estás muy rara, que yo no sé lo que te pasa. Y claro, yo delante de la televisión, y me quedaba muy callada, y muy pensando. Y no sé.

Qué yo ahora me entiendo. Si yo sé. Que a mí no me importa lo que diga el padre Íñigo. Porque qué va a saber él de esto. Y me dice que está mal, y yo le digo que por qué va a ser pecado. Pues si no hago mal a nadie, y además que lo que yo piense se queda dentro de mí. Porque total a mi edad. Pero nada, él erre que erre, que me quite esas ideas y dos padrenuestros. Y para eso va una a misa a mi edad, pues sí que.

Pero madre mía esta mujer. Si es que es una maravilla, si yo tuviera unos años menos… Ay, si es que se lo tengo que decir. ¿Qué decir? ¡Se lo tengo que gritar!

¡Pedroche, guapa!

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