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Somos tan distintos, tú y yo.

Cuando tú subes, yo bajo. Ardo en mi hoguera particular mientras tú bailas bajo la lluvia del mundo, y esa euforia que te eleva hasta rozar el cielo es el mismo pesar que me arrastra a mí hasta los infiernos. Tú subes y yo bajo… Pero lo contrario de subir no es bajar, sino quedarse inmóvil.

Cuando tú ríes, yo lloro. Espero en mi refugio de desdichas mientras tu sales al encuentro de todo júbilo. Maldigo a las estrellas fugaces que no conceden mis deseos, pero a ti te basta y te hace feliz el simple hecho de que alumbren los tuyos. Tú ríes y yo lloro… Pero lo contrario de llorar no es reír, sino estar muerto.

Cuando tú me quieres, yo te odio. Respondes a mi antipatía con amor incondicional.

Y si me esfuerzo en minimizar las posibilidades, tú siembras de orégano el monte, pintas de blanco los mirlos y de negro los tulipanes. Tú me quieres y yo te odio… Pero lo contrario de querer no es odiar, sino olvidar.

Somos tan distintos, tú y yo, que de tan diametrales que son nuestras posiciones, nuestras diferencias han quedado reducidas a un mero cambio de signo.

Y así ocurre que, cada vez que te miro, me veo a mí reflejado, mirándote reflejarme.

Polos opuestos que convergen sobre el mismo espejo. Ese en el que me contemplo cada mañana. Ese tras el que guardo el Valproato y la Olanzapina.

Somos tan iguales, tú y yo.

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