-Aquí pone que de pequeño su padre le pegaba.
-Bueno, ‘le pegaba’… Eso dice él. Pero seguro que exagera. Y además, a lo mejor era culpa suya que lo provocaba.
-¿En qué quedamos, le pegaba o no lo le pegaba?
-No lo sé. Pero, en cualquier caso, su padre luego se arrepentía y le pedía perdón. Todos hacemos cosas que no tendríamos que haber hecho y no por eso se nos va a condenar eternamente, ¿verdad? Tenemos derecho al perdón. Ahora que si un hijo es rencoroso, incapaz de olvidar, y se empeña en reabrir heridas… ¡Aquello fue hace muchos años!
-Bueno, pero el perdón también dependerá de lo que uno haya hecho, ¿no? Porque si el colegio sostiene que el chico aparecía muchas veces con un moratón en la cara, un labio roto; o cojeando… Dicen los expertos que eso deja secuelas mentales.
-Ya estamos. ¿Es usted perfecto, señor comisario? ¡Pues mi marido tampoco!
-…Lo que usted diga, señora. Pero han sido bastantes lunas y tendrán que pagarlas. Ya sabe cómo son los abogados de las aseguradoras. Y de los bancos. Aunque lo peor va a ser la responsabilidad penal de su hijo, que ya no es un muchacho. Tiene casi 40 años y, al margen de estar en el paro y de no soportar verse a sí mismo, no parece totalmente enajenado. La mayoría de los cristales a los que disparó no estaban blindados. Pudo haber muertos o heridos. Y ahora, si me disculpa…
Dejó a la mujer con la palabra en la boca y se alejó por el pasillo de la oficina. Mientras se acercaba a la puerta del servicio y empezaba a bajarse la bragueta, le gritó a un subordinado:
-¡Belloch, el caso de ‘El loco de los escaparates’: cerrado!