Las calles desiertas devuelven el eco de unos pasos apresurados. Una carrera agitada que derriba cubos de basura a su paso por una esquina.

 

Detrás de unas cortinas se asoman unos ojos que inspeccionan la noche, alertados por los ruidos y el ajetreo. Se puede ver una figura joven, vestida con los colores de un equipo de fútbol, corriendo sin cesar.

 

Este joven mira hacia atrás de cuando en cuando y no puede evitar soltar algunos gritos aterrados mientras continúa su carrera desesperada calle abajo. Los mudos testigos inspeccionan la calle en busca de aquello que puede estar aterrando al joven de ese modo. Más nada encuentran y pronto se vuelven a la comodidad de sus camas mientras tratan de volver a sumirse en el mundo de los sueños.

 

A la mañana siguiente los testigos comentan la jugada y recuerdan la anécdota, mencionando cómo se perdía el rastro de este personaje camino del río. No faltan los comentarios sobre cómo está la juventud y que estas cosas antes no pasaban. ¡Serán las drogas! destacado comentario que no puede faltar en este tipo de corrillos.

 

Y mientras esos vecinos chismosos debaten sobre este y otros asuntos, unos niños que juguetean en la rivera del río se topan con algo extraño, una camiseta de fútbol parece. Ayudados por un palo, con cuidado y algo de temerosa curiosidad, comienzan a dar la vuelta a ese bulto tan chillón y recubierto de barro.

 

Con un grito que hiela la sangre de los pocos transeúntes que por allí pasan, corren despavoridos cada cual en una dirección, dejando tras de sí un torso sanguinolento, carente de brazos y piernas, y con un rostro pintado de azul.

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