
No nos juzguéis tan severamente. No siempre fuimos tan crueles. Vuestra memoria es débil y hubo muchos que se empeñaron en ocultar su parte de culpa en nuestra historia:
Cuando conocí a Fuego, apenas éramos unos adolescentes a los que todo sorprendía. Al primer contacto hubo una gran química entre nosotros. Reíamos, jugábamos. Tan sólo unas gotas mías hacían que sus llamas llegaran muy alto y si me mezclaba libremente con él, formábamos artificios de mil colores que acababan con una fina y cálida lluvia. Otras veces fluíamos libres y sin control formando cascadas y remolinos luminiscentes.
Lo reconozco. Nos escondíamos y entre juegos de enamorados descuidamos nuestras obligaciones. Algunos campos de trigo se secaron, y muchas noches los hogares permanecieron fríos y apagados.
¡Qué inconscientes y felices éramos!.
Cuando se dieron cuenta de qué sucedía, supimos que nos castigarían… pero nunca imaginamos una condena tan cruel. En el solsticio de verano llegó la sentencia: a partir de ese momento, el contacto mutuo nos destruiría.
Y juro que nos separamos… Y durante un tiempo esperamos clemencia. Pero ni eso nos permitieron.
Pronto dejaron de usar a Tierra para aplacar a Fuego. “Agua mucho mejor” – decían. Y forzaron breves encuentros que siempre acaban en horror para nosotros.
Y Fuego aprendió. Y ahora sabe que sólo cuando provoca grandes incendios en vuestras casas y bosques, puedo acudir a él y tener un encuentro más intenso. Acaba en lucha encarnizada, pero ¡ay! Por unas horas, incluso días puedo disfrutar de sus mil lenguas lamiendo mi ser.
Pero decidme, ¿como os sentiríais si después descubrierais que habéis matado a vuestro amado?. ¿Furia, Ira?
¡Tormenta!, ¡inundaciones!, ¡tempestad!.
¿Qué esperabais?
Eramos fieras salvajes. Estaba en nuestra naturaleza amarnos y complementarnos. Y vosotros lo cambiasteis.
No nos juzguéis tan severamente, porque no siempre fuimos tan crueles.