Me sudaban las manos y no podía controlar la agitación de mi respiración. Escondido entre el tractor y el remolque, sabía que cuanto más tarde me encontraran más fuertes serían los alpargatazos, pero eso daba igual, supongo que desde niño fui más hedonista que estoico.

¡Y vaya si picó ese día la alpargata! Aunque más picó quedarme sin la perra chica de los domingos durante un año entero. Pero tirar aquella piedra en el escaparate recién estrenado de la Ramona, había merecido la pena.

Agarrándome de la oreja y con esa voz de urraca tan característica que tenía, me puso frente al escaparate.

– ¡Mira lo que has hecho, imbécil!

Lo que había hecho era una hazaña, no sentía vergüenza, ni remordimiento, divertido y dolorido le asesté una patada en su espinilla derecha y eché a correr.

Sabía lo que había hecho, un efecto espejo disfrazado de chiquillada. Así la Ramona, sentiría lo que es hacer daño. Lo que se siente cuando se destroza la ilusión o el amor.

Una semana antes, entré en su tienda a comprar unos bolindres, como no estaba, me asomé a la trastienda. Aún recuerdo el olor a vino de pitarra y las botas embarradas de mi padre, lo otro lo vi pero ya solo lo imagino. Nunca dije nada, callar si fue un acto estoico.

Ahora, en frente de este escaparte, y con 30 años más, tampoco me veo, solo me imagino. Ahora este cristal, es el que me hace a mí el efecto espejo, no sabes quién eres y olvidaste de dónde vienes. Seguir engañando a mi mujer no sé si es hedonista o estoico.

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