Sumido en una profunda melancolía, afinó su arpa y comenzó a tocar. En el claro del bosque donde Gabriela – ahora fallecida – y él, se amaron por primera vez.

Acabó todo su repertorio, mas su espíritu no conseguía calmarse, así que se dejó llevar e improvisó la más triste melodía jamás escuchada.

Y a la luz de la hoguera percibió como el cuerpo de una mujer se acercaba hacia él. Era Gabriela – bella y etérea – y bailaba al compás de su música.

Su primer impulso fue correr hacia ella, pero al desaparecer la música, su amada también lo hacía.

Así que tocó y tocó hasta que sus dedos sangraron. Pero no era suficiente con verla, y le pidió a ella que tocara el arpa.

Sin soltar las cuerdas se dieron el relevo. Gabriela tocaba, mientras él, apostado a su espalda mesaba su melena. Cada vez más feliz, cada vez más débil.

Gabriela cobraba fuerzas, pero se percató de que él se había convertido casi en un espectro. Dejo de tocar horrorizada, y un soplo de vida volvió a él mientras ella se desvanecía.

–      ¡No! – grito él – sigue tocando amor mío. Sigue tocando para mí hasta el final.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *