Cuando Arturo me comentó que se llevaba a Chuggu Gong a presenciar un partido del mundial de fútbol, me pareció una más de sus locuras. Que la experiencia mereciera el calificativo de satisfactoria, es asunto muy subjetivo: depende de la capacidad individual de sopesar y valorar las situaciones de riesgo extremo con final feliz. En mi caso, persona sumamente tranquila y poco aventurera, ya les digo yo que en absoluto hubiese encontrado algún punto de satisfacción y por nada del mundo hubiese querido recorrer tan angustiosa experiencia; que paso a relatarles.
En el estadio Olímpico Luzhuikí, el día 1 de julio de 2018, el calor era muy intenso a las 16,00 horas. Arturo resolvió sacar a Chuggu Gong de la pequeña nevera refrigerada que le había servido para introducir a su mascota en el estadio.
Chuggu Gong es un animal poco común. Procede de la isla Pitjantjatjara y como todos sus habitantes, sean humanos o no, se caracteriza por ser redondo.
¡Qué feliz se encontraba el entrañable animal acurrucado entre los brazos de su amo! Sin embargo, un fatídico empujón involuntario provocó que Chuggu Gong saliera despedido. Rodó sobre las cabezas, hombros y banderas de los aficionados por todo el anfiteatro. ¡Qué horror!: acabó en el mismísimo césped donde se jugaba el partido de fútbol. Y lo que es peor, los jugadores lo tomaron como el balón reglamentario. Sufrió violentas patadas de un lado al otro del campo. No quiero pensar en el dolor que padecería aquel indefenso animal, ni en la angustia con la que observaría Arturo, impotente, las torturas que se infringían a su mascota.
Pero cuando los sollozos de mi amigo inundaban el estadio al dar por muerto a su compañero, se produjo un milagroso acontecimiento. Y cómo calificar sino de milagro que Chuggu Gong desplegara unas pequeñas alas. Voló por todo el estadio hasta acabar de nuevo, como si nada hubiera ocurrido, en los brazos de su amo. Fue entonces que descubrió que era un mamífero alado.