—Perdone que le haya despertado, ¿sabe cuándo queda?
—Dos horas.
—¿Todavía? Creí que el vuelo solo duraba nueve.
—Mujer, entre nueve y diez poca diferencia hay.
—Es que soy fumadora. Me muero por un cigarrillo. ¿Cree usted que se darán cuenta si lo hago en el baño?
—Sabe que está prohibido.
—Es que no puedo resistir la ansiedad.
—¿Por qué no aprovecha el baño para tener un encuentro sexual? Un orgasmo también relaja.
—¿Y el cigarrito de después?
—A ver… Primero tendría que encontrar a un pasajero predispuesto, misión complicada porque aquí, el que no viene emparejado prefiere hacérselo allí con una caribeña… Pero no desista. ¡Ánimo! Si da con el sujeto, mientras van al baño y se la clava, lo mismo ha pasado hora y media.
—No es mala idea.
—¡Mujer…! Es un disparate.
—¿Por qué?
—¿Va a preguntar a los pasajeros uno a uno si quieren zumbarla en el baño?
—¿Podría utilizar el micrófono de la azafata…?
—Bien pensado, pero procure que no sea ella quien anuncie la oferta. Puede llevar a confusión.
—¿Qué me recomienda entonces?
—La verdad, no sé…
—¡Espere…! ¿Quiere ser usted el afortunado?
—¿Pero qué está diciendo?
—¿Quiere hacerme usted el amor apasionadamente en el baño?
—Imposible, soy un hombre casado.
—¿Y su mujer?
—¿No la ve? Está aquí, a mi lado, dormida como un ceporro.
—No se va a dar cuenta. Si salimos despacito ni se entera.
—Es casi mejor que pregunte por ahí y, si no hay suerte, se vaya a fumar al baño.
—¿No me encuentra atractiva?
—Sólo si me dedicara a la investigación geriátrica, señora, que usted ya no cumple los ochenta…
—Ya, si no le digo yo que no, pero es que no se me pasan las ganas de fumar. Y después de escucharle, las de follar tampoco…