Lo que estoy a punto de deciros aconteció en la final del mundial de fútbol de 2018. Jamás en la historia se ha visto una lucha tan virulenta entre miembros de la especie humana. Nosotros, los lobos, habíamos permanecido en la distancia, rehuyendo cualquier participación en las contiendas de la humanidad, pero dadas las circunstancias decidimos aullar con Walpa para salvar a la raza humana. Somos amigos y no enemigos a pesar de que nos hayan pintado tan fieras.

En la final tuvo lugar un trágico evento que desencadenó la hecatombe. El árbitro pitó un penalti inexistente a favor de Francia, y ello provocó que un jugador croata le diese un drástico puñetazo. Los franceses reaccionaron con patadas y la voraz reyerta se extendió en las gradas. Un coreano murió aplastado tras pronunciar trágicamente “Aigo”. Pronto toda la humanidad se fue a las armas dando lugar a la Tercera Guerra Mundial. Algunos pacifistas rusos resistieron bajo la hermosa palabra “Lyubov”, pero poco duró su intento.

La única salvación residía en nosotros. En cuanto llegaron las noticias a nuestros oídos enviamos al lobo más fuerte que jamás haya existido, el magnífico Walpa, que en la lengua pintjajara significa “Viento”, porque es potente y veloz como semejante poder de la naturaleza. La tribu “pintjajara”, único pueblo de la humanidad que desde siempre ha tenido contacto con nosotros, nos transmitió la sabiduría necesaria para interferir en los humanos.

Walpa acudió al rescate. Se posó en medio del campo de fútbol que había originado todo y aulló como un trueno cuya reverberación se extiende con el tiempo. Aulló como el mejor lobo del mundo en medio del campo de fútbol cuando a su alrededor solo había violencia, vísceras, horror, sangre y humanidad desperdiciada. Ni el peor surrealismo de Buñuel pudo concebir semejante tragedia. Todos los pueblos se enfrentaron por el dichoso fútbol.

Pero Walpa siguió aullando y la humanidad se silenció con su grito. Ese fue el inicio de la era sin fútbol de los lobos.

Amén

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