Tras muchos años de brillante carrera, el chef más famoso de su generación decidió que era el momento de retirarse.
Concedió su última entrevista con la intención de convertirla en su testamento. El redactor jefe de una publicación especializada acudió a la cita.
Sentados al pie de un exuberante magnolio, rodeados de un césped mimado hasta la última brizna, el veterano chef se inclinó hacia su interlocutor y le explicó:
“¿Ve usted este jardín? ¿Ve la geometría, la pulcritud y la armonía con que está concebido? Así es como percibo yo el mundo.
“Quiero contarle mi secreto. Ustedes me consideran un extravagante porque nunca he querido mostrarme en acción. Nunca nadie me ha visto cocinar. ¿Sabe por qué? No soy un frívolo. Nadie me ha visto porque nunca lo he hecho.
“Nací con el talento de inventar sensaciones relacionadas con la comida. Quisiera haber sido agraciado con otro más abstracto, como componer música, pero no fue así.
“Tenía que obedecer al deseo, al impulso creador y lo hice. Ideé las combinaciones más exquisitas y las más audaces, para abandonar a mis criaturas, nada más nacer, a manos de mis ayudantes.
“Porque cocinar… ¡cocinar! ¡La sola idea de profanar el orden geométrico de mis encimeras y fogones con manchas sanguinolentas, con aceites y grasas! ¡Llenar mis fregaderos con asquerosos restos en ollas y sartenes! ¡Contaminar la impoluta pureza del aire de mi cocina con humos atroces y ofensivos…!
“Ese desorden… ese caos… son para mí la misma imagen del infierno y la simple noción de verme atrapado en él podría hacerme perder el conocimiento.
“¿Comprende usted que durante toda mi vida me he sentido el hombre más atormentado sobre la tierra?”