Cinco años de arte dramático. Cinco. Cientos de horas de clases particulares de acting. Decenas de participaciones, para practicar, en obras de teatro amateur.
Y nada, imposible. Esta fobia. Esta maldita fobia. Me paraliza el miedo al leer el guion, sólo de imaginarme en el escenario recitando… recitándolas… esas palabras… esas horrendas, horrendas palabras… ¡Dios, qué miedo! ¡Qué pánico!
¡Malditos dramaturgos que usan palabras largas en sus obras! ¡Odiosos guionistas que utilizan términos imposiblemente complejos para sus guiones!
Nunca llegaré a ser un actor de éxito, ni siquiera a ganarme la vida sobre los escenarios. Y la culpa la tiene esta fobia a la que los médicos llaman hipopotomostrosesquipedaliofobia, el pánico a las palabras largas.
El nombre de la fobia me gusta, eso sí.