Nota: incluyo la palabra rusa (из) pero en negrita verás la forma de pronunciarla: Iz

 

No es fácil ser mosca en España. Hubo tiempos mejores, cuando aleteábamos en las casas sin más amenaza que la de algún manotazo con la Hoja Parroquial.

A los españoles se les empezaron a quedar pequeños los 600 y las teles en blanco y negro. Cambiaron el baño dominical por la ducha diaria y el ventilador por el aire acondicionado.

Nos convertimos en una molestia. Los dípteros lo llamamos la Era del Exterminio.

Llegó “La Amenaza del Spray Insecticida”.

Las moscas no tenemos familia. Pero somos insectos sociales. Buscamos, pues, una nueva Tierra Prometida.

Escogimos un exilio al norte. Las condiciones son perfectas ahora: 40 grados y marcas baratas de insecticida.

El Mundial de Rusia significaba enormes vertederos donde disfrutar de manjares descompuestos. ¡Por fin caviar!

Pero nuestra llegada fue abrupta. Junto al estadio de Sochi vimos una enorme barrera de gas insecticida y unas letras rojas: Iz (из). Nuestra intérprete dijo aleteando seria: Significa “Fuera». Las moscas rusas no querían compartir su paraíso.

En la valla vimos miles de camaradas. Las uruguayas, que habían volado hasta aquí para ver cómo Cavani destronaba a Ronaldo, iban a lo suyo y sorbían mate derramado en suelo. Las coreanas sí protestaban y con su K-pop de fondo gritaban ¡!A-ni-yo!!!!: un NO coreano muy grande.

Y se hizo un gran zumbido de millones de moscas. Las africanas, hartas de recibir golpes de trompa de elefante; las griegas, que huían de los bosques en llamas; y las tejanas, cansadas de la laca de Trump. Hasta las aborígenes australianas lo gritaban: ¡¡Wiya!! NO. No íbamos a marcharnos. No así.

Pero ¡ay!, Cavani marcó el segundo de Uruguay en el minuto 70 y las portuguesas enloquecieron. Sí, el fútbol también aliena a las moscas. Unidas al desconsuelo de Ronaldo, se estrellaban contra la valla.

Y un spray adormecedor acabó con ellas y a todas nos ensombreció.

Y así fue que al tiempo que Portugal dejaba Rusia en cuartos, humillada, nosotras volvimos a ser moscas inmigrantes en una constante diáspora.

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