Le conocí en una conferencia sobre psicología y técnicas de duelo. Sus besos vinieron después de varias reuniones y de copas en un garito que no había cerrado a esas horas. Todo un respiro en mitad de lo profesional y del estrés de la ciudad, y un principio de otra historia de amor. Le hable un poco de mi vida como enfermera, cuidando pacientes, y él, psicólogo; cuidando almas rotas. “¿Eso se repara?” Se encogió de hombros. “Hay casos y casos, cada paciente varía.” Entonces la que me encogí de hombros fui yo.
Sonaba una canción de Chavela Vargas en el garito.
He visto muchos pacientes en el hospital y en la residencia; pacientes de cierta edad; plagados de fantasmas, soledades, demencia, Alzheimer, tristezas y artritis.
Bailamos la canción agarrados, mi cabeza apoyada sobre su hombro. Chavela cantaba aquellos versos de Neruda; “Es tan corto el amor, y tan largo el olvido.”
Apenas quedaba nadie en el garito y le bese otra vez.
He pensado muchas veces en aquel comienzo, como se rememora las llamas de la pasión. O como un guiño del destino.
Y hay días en la residencia, en los que espero que nunca me falle la memoria. Veo a muchos pacientes que han olvidado tanto, que no reconocen a personas queridas, desubicados en espacio y lugar. Me gusta pensar que todos se acuerdan que hubo un día en el amor era lo que daba forma a su existencia, y es que es tan esencial el cariño, el amor y la familia cuando es largo el olvido.
Por eso, cuando se acabo, cambie los versos de Neruda por unos más cursis; “es tan esencial el amor cuando luchamos contra el olvido.” Y me prometí siempre recordar aunque doliera.