– ¿Lo quieres con donativo, o sólo los veinte? Es mejor con donativo.

Viajamos de Madrid a Santander en un Blablacar. En el asiento de atrás, otras dos chicas. Somos cuatro casi de la misma edad, alrededor de los treinta. Una de Murcia, dos madrileñas y una cántabra. Podríamos montar una despedida de soltera, salvo por un pequeño detalle: no nos conocemos. Por eso me sorprende la pregunta de la copiloto del Passat de mis padres; no viene a cuento y no soy capaz, por más que me estrujo el cerebro, de dilucidar a qué se refiere.

– ¿A qué te refieres? -pregunto.

– ¿Qué? -me mira atónita.

– Que no entiendo eso del donativo que me has preguntado.

– ¿Yo? No he dicho nada.

Me callo, extrañada. Lo ha dicho seguro, me ha mirado, de hecho, mientras me preguntaba.

– Ah, me había parecido -digo, por zanjar el tema.

Tras unos segundos de silencio, como para no dejarme por loca, añade:

– Tengo migraña hoy. A veces, cuando tengo migraña, digo chorradas que luego no recuerdo, come si delirara sin saberlo.

Me gusta la confesión. Tenga la impresión de que podríamos ser amigas.

– Ya, como cuando tienes fiebre.

– Algo así -responde, y pasamos a hablar de enfermedades y luego de la sanidad y luego de gimnasios para terminar contando anécdotas en aeropuertos.

A las nueve estábamos ya en Santander y dejé a mis pasajeras en la estación de ADIF. Allí mismo aproveché para tomarme sola un café, y no di crédito a lo que me preguntaba la camarera cuando vi que tenían lotería de Navidad y le pedí un décimo:

– ¿Lo quieres con donativo, o sólo los veinte?      

– Ponme toda la serie, anda -respondí-. Con donativo.

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