Esta mañana cuando iba al trabajo en el tren, me he tenido que cambiar de sitio. No es la primera vez que me la cruzo. ¡Asquerosa! Desayuna en el tren, se trae un café y un cruasán. ¡No podrá desayunar en su casa o en el bar! Yo voy leyendo tan tranquilo y ella se pone a hacer ruido con el papel, masticando con la boca abierta llena de migas y sorbiendo el café. ¡Qué asco! En cuanto la he visto me he cambiado de vagón.

En la oficina intento aguantar este tipo de cosas. Me cambié hace dos años de departamento porque mi jefe tenía la fea costumbre de comer chicle toda la tarde. No podía usar auriculares porque continuamente me hablaba, preguntando, reclamando o explicándome temas de trabajo. Así que termine tomándole mucha manía después de pasar varios años soportando sus masticados. Ahora estoy en un departamento que parece un zoo. Todos los días después del café de las once, empiezan los chicles y las pipas ¡un horror! No sé cómo no se prohíben las pipas en la oficina. Pero bueno, ahora yo me pongo mis auriculares y a lo mío.

También me pasa en casa con Raquel. La verdad es que ella es finísima comiendo, tampoco suele hacer ruidos innecesarios, pero no soporto que me chupe. Al principio no se lo decía, pero después tuve que hacerlo porque el ruido de su boca sobre cualquier parte de mi piel, me cortaba el rollo por completo. Yo le he pedido que no le cuente a nadie esta manía mía, ella me dice que soy muy raro y seguramente lo soy pero no lo puedo evitar. Si no se lo hubiese dicho, habría tenido que dejarla, pero sigo con ella y la amo.

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