Dioes, pero qué coño quería Carlos alargando la mano. O la sombra de Carlos, joder, el mismo que antes del accidente siempre te pedía un piti saliendo de fiesta. ¿Qué era aquello? ¿Qué había pasado? Íbamos conduciendo en el Audi de Lucas, que no había venido, con Miguel y Fede, que se hacían carantoñas en la parte de adelante pensando que los de atrás no los veíamos por ir dormidos. Todos íbamos medio dormidos, la verdad, pero el amor se nota incluso con los ojos entrecerrados. Carlos a mi lado soñaba seguro con las chicas que conocíamos en Valencia y me pediría como siempre un cigarrillo al llegar a destino. Nunca compraba porque decía que “él no fumaba” aunque lo hiciera como un carretero.

Éramos felices con nuestro alcohol, porros y coca, camino de Valencia tras una noche de fiesta con la radio fija en Máxima FM.

Y luego nada. Luces. Ruidos estruendosos. Miguel gritando. Fede pudo proferir un desesperado “mierda” antes de dar el volantazo. Él último volantazo para los cuatro.

Y ahora, ¿qué? ¿Qué es esta neblina que nos envuelve? ¿Dónde estamos? Veo la carretera, la ambulancia, los policías… pero borrosos, como difuminados. ¿Es esto el tránsito a otro plano de existencia? Tengo miedo. Veo a Fede, Miguel y Carlos desorientados, vagando entre la niebla. Carlos, o la sombra de Carlos, se está acercando a mí. Alarga una mano hacia mí, como pidiendo auxilio.

Dios, ¿qué es esto?, mis amigos… ¿Muertos? ¿Estamos muertos? ¿Qué quiere Carlos, en esta niebla confusa de Tánatos que todo lo envuelve? Se acerca más a mí, mirándome con ojos vacíos mientras alarga la mano y me dice:

–  Tío, ¿tienes un cigarrillo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *