Era arriesgado cogerme de la mano así, delante de Arturo y Carlos. Ellos no lo entenderían, para ellos que dos chicos se cogieran la mano no tenía sentido. Pero me gustaba que Miguel se arriesgara, que lo hiciera, incluso aunque fuera a ráfagas sobre la palanca de cambios, jugando a que yo llevaba el volante y él cambiaba… y a veces nuestras manos se encontraban allí.

Arturo y Carlos, ligones y hetero, iban detrás, dormidos, así que tampoco veían nada. Estábamos todos muy cansados. Tras la noche de fiesta de viernes, el sábado por la mañana, o sea hoy, en un after, habíamos decidido seguir de fiesta en Valencia. Así que cogimos el Audi de Lucas, que no vino porque había quedado con no sé quién a comer, pero nos prestó su coche, porque él es así, sobre todo borracho, y armados con tres gramos de cocaína en el bolsillo y mucho alcohol en la sangre, echamos carretera a Valencia para seguir poniéndonos con buena música allí.

No llegamos, claro. Lo último que recuerdo es la mano de Miguel sobre la mía, gay como sólo puede serlo el amor, y una luz brillante que se acercaba a nosotros muy deprisa. Demasiado deprisa. Mis reflejos drogados quedaron en muerte para cuatro.

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