Su obsesión por llegar diez minutos antes al trabajo está aumentando considerablemente. Cada mañana, su corazón late más deprisa, le sudan las manos y ahora también la nuca, aprieta los dientes y hace dos días que compró el cuarto reloj que suena encima de su mesita de noche.

¡Me he vuelto a quedar dormida! Se viste a toda prisa, lleva un calcetín de cada color, el pelo alborotado y se le ha olvidado ponerse el cinturón. Le pega un pequeño sorbo a su café, coge las llaves del coche, pega un portazo, baja las escaleras a toda prisa, se tropieza, sube al coche, acelera, se salta tres semáforos, su corazón late aún más rápido, aparca en la plaza de minusválidos de su compañero-lo entenderá-piensa, corre hacia la puerta pero el muñeco del semáforo cambia a rojo, suda, le sudan las manos, la nuca y ahora también la frente-llego tarde, no puedo llegar tarde-el muñeco del semáforo vuelve a cambiar a verde, acelera el paso, corre, corre y llega hasta la puerta del edificio donde trabaja.

Mira el reloj, marcan justo las ocho menos diez de la mañana, sonríe, lo ha vuelto a hacer-lo conseguí-mira a su alrededor, apenas hay coches circulando, el vecino que pasea a su perro tan temprano y que suele marcar su territorio justo en la esquina de la puerta del trabajo no está y la cafetería ¿aún está cerrada?

Atraviesa la reja hasta llegar a la caseta donde se encuentra el guardia de seguridad al que le da los buenos días cada mañana, levanta la vista del periódico que está leyendo y dice: buenos días señora, ¿también viene usted el sábado?

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