Tiene el pelo rizado, los ojos castaños y una sonrisa en los labios. Dice que no suele viajar mucho y está contento de hacerlo. Aunque no lo haya comentado en la media hora que llevamos hablando, es argentino; su acento le delata. Su primera vez en Alemania, dice, y lo anuncia con la misma sonrisa nerviosa arrugando los ojos castaños como si fuera su primera vez también en cualquier otro lado.

Me enamoro demasiado rápido, ha sido siempre así, qué le vamos a hacer. Es que tiene el pelo rizado, los labios amables y habla mucho de fútbol. No me entiendan mal, no me gusta el fútbol ni sé nada del tema, pero hay algo sencillo en la estructura del mundo cuando los hombres hablan de deportes, como si de repente fuera más fácil entender cualquier interacción con el sexo opuesto. La propia naturaleza del viaje propicia el tema de conversación porque vuela a Alemania por un partido. Semifinal de la Intertoto, dice, o algo así. Se le ve muy feliz de que la juegue su equipo. El Boca, lo llama, y mis ojos se derraman involuntariamente unos segundos en sus labios cuando lo dice. El Boca, y sonríe. Como no sé qué decir cuando habla de las nuevas normas FIFA, la conversación decae y se acaba.

Él mantiene la sonrisa aunque ya no hablemos mientras analiza las nubes por la ventanilla. Quizá sea la primera vez que las siente debajo. Pensar en sentir debajo me vuelve a llevar de nuevo a sus labios, ahora cerrados y sin fútbol. Tarda un par de minutos más en volverme a mirar, extender la mano y decirme: «Por cierto, Alejandro. Encantado». Tiene el pelo rizado, el apretón de manos firme y un balón en la boca.

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