El son del tambor inundaba la cubierta mientras los remeros se dirigían a tierra. Esven iba en la proa. Su cabello rojo brillaba bajo el sol del atardecer a medida que se aproximaban a los acantilados.
Su misión era rescatar a Menia y Fenia de las garras del rey Frodi.
– Escucha -dijo el capitán Esven al contramaestre-, ya se oye la música de la fortaleza de Frodi.
– ¡Nuestro rey te recompensará por tu bravura!
– Yo no ambiciono nada. Sólo que Menia y Fenia puedan volver a su hogar.
Esven y sus hombres se infiltraron en la fortaleza, rescataron a las doncellas y se embarcaron junto con la rueda de molino que los vikingos habían entregado a Frodi como muestra de buena voluntad. Sólo Menia y Fenia podían hacer girar la rueda sagrada. Durante décadas molieron oro para el rey de Dinamarca, y plata en gran cantidad.
Al saber éste del rescate, montó en cólera y mandó a toda su flota tras ellos. Estaban a punto de alcanzarlos cuando las hermanas, decididas a no volver, se pusieron a moler sal. Tal cantidad que hundió el barco de Esven con todos a bordo.
Y desde entonces, el agua de la Tierra es salada.