No sabría por dónde empezar, si tuviera que hablar de mí. Quizá mi nombre. Sí, los nombres a veces lo dicen todo. Me llamo Wanda. Lo elegí porque a veces me siento como un pez fuera del agua.

Y se estarán preguntando ustedes cómo es posible que yo eligiera mi propio nombre. Verán, mis padres me llamaron Mario. Pero Mario está muerto. Muerto y bien enterrado bajo cientos de dosis de hormonas y toneladas de maquillaje.

Soy buena gente. Si tuviera que definirme, empezaría por ahí. Porque el adjetivo buena es femenino, y porque me gustaría que todo el mundo pudiera ser feliz. Con su cuerpo, con su cabeza, con su sexualidad. Consigo mismos.

Me gustaría que la gente no odiara, como no odio yo. Y me gustaría que la gente amara como lo hago yo: sin prejuicios.

Y así soy yo, sin más, esta soy yo: una mujer normal muy poco habitual que quiere que la quieran. Como todas, vamos.

No sé qué más decir de mí. Que la vida es dura. Que siempre lo fue. Que era dura cuando no era yo, y era un hombre, y que es dura ahora, cuando puedo ser yo pero nadie lo entiende. ¿Me entienden ustedes?

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