Cada atardecer, desde hacía una semana, el gato intentaba dormitar a sus pies. Aquella novedosa costumbre inquietaba al guerrero. Al albor del día siguiente partiría hacia la batalla, y pareciese que aquel gato gordo y peludo andaba aprovechando los últimos días juntos.
Esa misma noche tuvo un extraño sueño. En él iba caminando desde su cabaña hacia el bosque, internándose en el denso ramaje; Podía ver los animales serenamente parados a su paso, mirándole. Mientras avanzaba la luz iba disminuyendo, hasta llegar a ser pequeños copos blancos flotantes. Cuando solo restaba una diminuta hebra de luz y el sendero se agotaba, brotó la majestuosa figura de un ciervo, de solemne cornamenta y lomo plateado, que iluminaba suavemente la arboleda. Llegó a su altura y el animal se giró y le habló, en un lenguaje de color oscuro que supo entender. –“He estado esperándote, ya debes venir conmigo”. Y ambos comenzaban a andar juntos, convirtiéndose en sombra.
Despertó, sabiendo que no regresaría de aquel combate. Preparó una generosa ofrenda a los dioses, para agradecer la vida y la valentía que habían tenido a bien concederle, y salió al encuentro de sus huestes, orgulloso de compartir el último día con los suyos.